Despedida de Ana

¿No es hermosa mi ciudad?

“¿No es hermosa mi ciudad?”, me dijo una vez una mujer que vivía en un conventillo chiquito al lado de una autopista. Era un amanecer, y el sol lograba entrometerse entre los cables de electricidad, los carteles de publicidad, el cemento, los autos y el humo. Me quedé un momento, adaptando mi mirada de suburbio a sus lentes de vida sufrida, y asentí: “Sí, es hermosa”. Todo es cuestión de percepción y actitud. Todo puede ser hermoso con lentes de amor.

Años después, me tocó una de las experiencias más movilizadoras de mis dos décadas como Directora de Hábitat para la Humanidad Argentina. Me invitaron a ser parte de un panel de “Ciudades inclusivas” en el Foro de Vivienda de Asia Pacífico en Bangkok. Fui con una presentación de nuestro proyecto de Alquileres Tutelados y hablando de la realidad “detrás de las fachadas” de Buenos Aires: los conventillos, inquilinatos y hoteles pensión que esconden una precariedad insalubre y con altos riesgos de incendio y derrumbe. La noche antes del panel, tuve la oportunidad de caminar por Klong Toey, un barrio popular conocido por sus infraviviendas y pobreza extrema. De la mano de una misionera argentina, crucé la autopista corriendo y me adentré en un mundo de pasillos angostos, densamente poblado, con agua de cloacas abiertas fluyendo como ríos entre nuestros pasos. Ella daba el saludo con las manos y la sonrisa a cuanto anciano o chiquita cruzábamos, hasta llegar a su humilde hogar en el medio de la villa. Me emocionaba la alegría que se vivía, a la vez que sentía la angustia del contexto tan inadecuado en el que crecían estas familias.

Al día siguiente, en el panel, me encontré con el Padre Joe: un cura católico autoexiliado de su país (EE. UU.) y su Iglesia para misionar a su manera en la villa Klong Toey. Frente a mi ponencia de un proyecto de desarrollo y mejoramiento habitacional para contextos urbanos como el de nuestra Villa 31 o su Klong Toey, Father Joe hablaba de la bondad de la creencia budista de aceptar la condición en la que uno nace y ser agradecido, sea lo que sea el destino. Cuestionaba a quienes critican las condiciones en Klong Toey y decía que, si hay amor y alegría, con eso alcanza. Su ponencia me desafió: si el amor y la alegría alcanzan, ¿vale la pena luchar por cambiar las realidades materiales? Cuando vemos a un niño jugando alegremente en medio de aguas contaminadas y basura, ¿qué vemos? ¿La sonrisa o la basura?

Entendí que, así como ambos podíamos aportar miradas al panel de ciudades inclusivas, las dos verdades pueden coexistir.

Jesús le dijo a quienes criticaron a una mujer por derramar perfume caro sobre sus pies, en vez de venderlo y dar el dinero a los pobres: “Los pobres siempre los tendrán entre ustedes, y pueden hacerles bien cuando quieran; pero a mí no siempre me van a tener. Esta mujer ha hecho lo que ha podido”. Sabemos que las enseñanzas, las parábolas y la vida de Jesús nos animan a servir al más necesitado, a dar sin pedir a cambio, a ser buenos mayordomos de los recursos que nos son confiados. Sin embargo, nada de eso contradice ver la sonrisa, derramar nuestro amor, ver belleza y alegría en todo lo que nos rodea.

Ojalá nuestra sociedad civil siga buscando respuestas a las causas raíz que puedan transformar sistemas y realidades para millones de familias. Y ojalá nunca pierda eso que nos diferencia del sector público y privado: poder ver la sonrisa, la belleza y cada cara detrás de cada número.

Gracias a quienes me acompañaron todos estos años desde ese profesionalismo y también con ese corazón abierto —como voluntarios, equipo o donantes—. Sigamos poniendo en práctica esas palabras de William Morris:

“Pasaré por este mundo una sola vez. Si hay alguna palabra bondadosa que yo pueda pronunciar, alguna noble acción que yo pueda efectuar, diga yo esa palabra, haga yo esa acción ahora, pues no pasaré más por aquí”.

Esta columna fue escrita por Ana Cutts, directora saliente de Hábitat Argentina. Ana fue directora desde los inicios de la organización.

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