Infancia y Vivienda

Todos los niños tienen derecho a una vivienda adecuada: este es uno de sus derechos fundamentales. Sabemos que una casa donde protegerse y vivir al cuidado de su familia tiene efectos en todos los aspectos de sus vidas: mejor rendimiento escolar, físico e intelectual, además de la sensación de seguridad e integridad que les da sentirse cobijados. Carecer de este contexto para crecer puede afectar directamente su desarrollo.

 

Existen cuatro dimensiones en las que la vivienda tiene un impacto en la vida de niñas y niños. La primera es la calidad, donde se deben responder preguntas como: ¿Hay cosas en el hogar que pueden enfermar a los niños o lastimarlos? o ¿qué cosas de la vivienda promueven su salud?. La segunda dimensión es la estabilidad, ¿cuenta la familia con un hogar estable o corre el riego de quedarse sin esta seguridad? En tercer lugar contamos la asequibilidad: ¿Puede la familia mantener su hogar sin tener que sacrificar otras cuestiones como el alimento o el cuidado de su salud?. Y por último, se incluye la ubicación, ¿cómo es la comunidad en la que se encuentra el hogar?, ¿con qué servicios y medios de transporte cuenta la vivienda?.

 

Cuando la vivienda no es adecuada, el ámbito puede volverse peligroso y producir accidentes, enfermedades, o imposibilitar la recuperación de problemas de salud. Por ejemplo, el asma, una de las enfermedades crónicas más comunes en los niños, puede atribuírsele en un alto porcentaje al entorno doméstico.

 

Cuando hablamos de la importancia de la vivienda para los menores es debido a su vulnerabilidad, y reforzamos la importancia de brindar apoyo e invertir para mejorar su calidad de vida. Las amenazas principales para los niños de bajos recursos son la desnutrición y la vivienda inestable, por lo que la ayuda es fundamental: los niños provenientes de familias que sufren de inseguridad alimentaria pero que reciben asistencia para la vivienda son menos propensos a tener un peso inferior al normal que aquellos niños cuyas familias no cuentan con este apoyo.

 

La realidad es que muchas familias se ven obligadas a elegir entre comprar alimentos o pagar un alquiler. Las madres que se ven afectadas por la inestabilidad de vivienda sufren más depresión que aquellas con una vivienda estable, y esto se traduce en una menor capacidad para interactuar con sus hijos, lo que hace que el niño muestre mayor retraso en su desarrollo. A esto se le suma que las familias de madres con depresión enfrentan dificultades como la inseguridad alimentaria, porque ellas se ven disminuidas o imposibilidades para trabajar con normalidad.

 

Una vivienda adecuada y un hogar estable es un factor a nivel comunitario que beneficia a todos: los niños incrementan la regularidad de su desarrollo escolar y aprender de manera más eficiente. Esto comprueba que un hogar estable y asequible funciona como una vacuna: provee de resistencia e inmunidad contra futuras amenazas.

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